A Delfina se le apretó el corazón y al instante apretó la espalda contra la pared.
Víctor salió de las sombras. Justo en ese momento, una voz envejecida llegó de repente desde el interior del callejón.
—Víctor, ¿eres tú?
Antes de que Delfina pudiera volver en sí, Víctor se había acercado a la persona.
—¿Por qué sales sola, abuela? ¿Cuántas veces te he dicho que es difícil ver las cosas con claridad por la noche? ¿Y si te tropiezas y te caes otra vez cuando salgas?
Delfina siguió las voces con la mirada y vio el interior de la pequeña casa. La casa estaba débilmente iluminada, y una anciana estaba de pie, temblorosa, en su puerta, sosteniéndose con un bastón. Mientras tanto, Víctor se dirigía a ella como su abuela.