—¿Y qué? Creo que Julián tiene razón. Ya no soy tu mujer, así que es mejor que los niños lo sepan.
—¡Delfina Murillo! —Santiago golpeó con fuerza su puño junto a su oreja.
Ella cerró los ojos conmocionada mientras el viento corría junto a su oreja como resultado de la fuerza de Santiago. Momentos después, abrió los ojos sólo para encontrarse con los de Santiago, que seguían llenos de rabia.
—¿Has terminado? ―Los ojos de Delfina estaban tan tranquilos como el agua cuando escupió esas dos simples palabras mientras lo miraba fijo―. Suéltame si has terminado. Carla y Samuel saldrán pronto. No querrás que te vean tratándome así, ¿verdad?
—¿Me estás amenazando?
—¿Amenazándote? —Delfina resopló y miró hacia abajo.