Cuando Ámbar escuchó esas palabras, sus ojos se abrieron de par en par en señal de sorpresa.
En ese preciso momento, la voz de un hombre frío sonó detrás de Delfina.
—¿Así que la razón por la que te pegas a mí es sólo para obtener pruebas de la muerte de Álvaro por parte del abuelo?
Delfina se sacudió violentamente.
Un paraguas negro era sostenido por los delgados dedos del hombre. Su alta figura proyectaba una larga sombra que cubría el suelo y su rostro parecía aún más frío que de costumbre.
«¿Santiago?» Ni siquiera se dio cuenta de cuándo había llegado.