Bajo la intensa lluvia, el deportivo blanco se alejó con un fuerte rugido del motor.
Ámbar y Santiago eran los únicos que estaban fuera de la residencia Murillo. Como todavía sostenía el paraguas, le protegió de la tormenta mientras le pedía:
—Santiago, vamos a refugiarnos. No tienes que maltratarte.
—Ella dijo que todo fue causado por mí. ¿Qué piensas?
El corazón de Ámbar se hundió mientras lo miraba sorprendida.
—¿Qué tiene que ver la muerte de Álvaro contigo? Es porque tiene mala suerte. No vemos a nadie más encontrarse con algo así, ¿verdad?