—Buenas noches, señorita. ¿Tiene reserva? —le preguntó la camarera de la entrada.
Delfina se comunicaba en lenguaje de señas y la camarera no sabía qué hacer. Asique ella se asomó, tratando de localizar a Santiago.
—¡Señorita Delfina, por aquí! —Una voz clara y nítida provenía de una mesa junto a las ventanas, y era Gloria que agitaba la mano hacia ella. Llevaba un vestido amarillo pálido con el pelo suelto sobre los hombros, y su sonrisa era refrescante y cálida.
Delfina sintió que su corazón se desplomaba, y el agarre de su bolso se apretó sin que se diera cuenta. La mesa estaba junto a la ventana, y la vista de fuera eran las brillantes luces de la ciudad.
―«¿Qué haces aquí?»
—Santiago está haciendo una llamada allí mismo —explicó Gloria, señalando el comedor exterior.